miércoles, 5 de diciembre de 2012

Las Marimbas del Infierno


Guatemala-México-Francia. 73 minutos. Julio Hernández Cordón. 2010

No tengo ningún empacho en señalar a Julio Hernández Cordón, como la punta de lanza del cine guatemalteco. Su obra, es un planeta en construcción. En ese mundo que gesta, las Marimbas del Infierno, son una declaración de resistencia que a ratos se viste de comedia y en ciertos picos, te suelta en caída libre hacia un abismo infranqueable.
Las Marimbas del Infierno aborda la historia de cuatro personajes: el Blacko, un médico metalero que vuela bajo después de la gloria del rock; don Alfonso Túnchez, un marimbista del mundo oculto del restaurante chino; el Chiquilin, un intermediador nato en el negocio de la calle; y la Ciudad, en la búsqueda de algo imposible: hacer sonar una marimba con un grupo metalero para burlar el hambre y la violencia.
Disfruto mucho, la habilidad de Hernández de impactar con la perfección estética de la toma. Las primeras escenas, muestran el motivo de la obra, una escapada de la violencia que amenaza a Alfonso, quien da testimonio del profundo arraigo  que sostiene a su instrumento, mientras viste una camisa del color de la pared de la habitación donde vive, como si fuera absorbido por el ambiente al punto en que la casa y él son ya uno mismo.
Aquí es donde insisto en que este cineasta logra incorporar el ambiente como un actor más, dialogando de maneras altamente estéticas con los personajes. Hay escenas donde los actores frente a las paredes parecen estar flotando en espacios infinitos multicolor. Esos son los continentes del planeta que se  gesta en la obra de Hernández, circundados por toda clase de océanos que ahogan y se dejan navegar por los personajes, como la desolación, la alegría y el fracaso.
Y quizá ese fracaso consista en aceptar sin cuestionarlo, que somos figuras estáticas incapaces de variar en una sola línea el papel que nos fue asignado. La unión del metal con la marimba es a todas luces una afrenta generacional, un choque imposible para la gente fanática de ambos géneros. Es casi poner a mi abuelo a escuchar a Pantera y esperar que lo disfrute, mientras se saca la placa y la pone en el vaso.
Lo que la película ofrece es la posibilidad de la unión como un sueño, casi de país, donde cada voz por disonante que parezca pueda entonar armónicamente con las otras. Y la estrategia de los personajes para alcanzar esa armonía se basa en reconocer sus propios talentos y su valentía, que a veces también es en parte un instinto de sobrevivencia ante una situación apremiante.Aunque en el fondo, todos saben que no ganarán más que esa discreta victoria de cumplir un sueño.
El Chiquilin, un personaje excelso, encierra  mucho del poder de la historia, porque es el mediador necesario para que ocurra lo imposible. Una mezcla de ángel de luz y ladronzuelo de esquina, es capaz de los picos de maldad y bondad con la misma inocencia, casi sin enterarse de los alcances morales de sus actos. El personaje vive en su propia ética, la de prevalecer ante la adversidad, guardando las cicatrices como premio.
Entiendo esta película como una afrenta contra la frustración de crear, con el mundo en tu contra y me parece una respuesta hermosa ante un acto violento, como si a Julio lo escupieran y de vuelta devolviera una tarde maravillosa de domingo donde se puede ser feliz y agónico; y a la vez jodidamente musical.
Quizá quiero quedarme aferrado a los dos cuerpos saltanto sobre una cama, como dos niños, como un pregón a la inocencia del amor. O a ese momento explosivo donde todos los personajes armonizan sus instrumentos y estalla una melodía de lo imposible, el Marimetal, como el único himno que me atrevería a entonar desde las entrañas, como si la patria alguna vez pudiese ser nuestra.

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